Durante más de cinco décadas, el rock ha sido una fuerza subterránea pero constante en la transformación cultural de Bogotá. Entre calles húmedas, bares oscuros, festivales, resistencias barriales y sueños distorsionados, la ciudad ha sido testigo de una escena musical que no solo marcó generaciones, sino que también ayudó a construir una identidad urbana. Esta historia, antes dispersa, ahora se reúne en un ambicioso proyecto de investigación liderado por el periodista y escritor Diego González Rodríguez: el libro Bogotá: volumen y distorsión.
Un testimonio coral
El proyecto, que fue reseñado recientemente por medios como Caracol Radio, El Espectador, Revista Cambio y Radiónica, documenta medio siglo del rock bogotano a través de una investigación rigurosa y apasionada. Con más de 150 entrevistas, 13 gigabytes de material, fotografías, recortes de prensa y más de 180 horas de grabaciones, este libro se convierte en un archivo oral y visual de incalculable valor histórico.
Lo que hace especial este trabajo es que no solo da voz a los artistas más reconocidos de la escena, sino que también rescata la memoria de músicos barriales, promotores, periodistas y personajes olvidados. Desde los primeros hippies de Chapinero hasta el punk militante de Ciudad Bolívar, desde las bandas legendarias de los 80 hasta los experimentos sonoros del siglo XXI, el libro recorre una Bogotá que se ha electrificado a través de guitarras distorsionadas y letras viscerales.
El rock como expresión del entorno
Como se resalta en Revista Cambio, la obra parte de una hipótesis audaz: que el sonido del rock bogotano está íntimamente ligado al entorno. El frío, la niebla, las tensiones sociales, la marginalidad y la rebeldía de una ciudad caótica se reflejan en la crudeza de su música. No es casualidad que muchas de las bandas más potentes hayan nacido en los márgenes, allí donde el ruido se convierte en forma de supervivencia y protesta.
En el pódcast Puerto Ibero de Radiónica, Diego profundiza en cómo este ecosistema urbano dio origen a una de las escenas más prolíficas del país, a pesar de la falta de apoyo institucional. Bogotá, como él lo plantea, es una ciudad de resistencia y de pasión, y el rock ha sido su banda sonora alternativa.
Ecos en los medios y en la academia
El impacto de este trabajo se ha sentido no solo en medios tradicionales como El Espectador, que destacó el carácter enciclopédico de la obra, sino también en espacios digitales como Entrevist_Ando y Sono, donde se han abordado aspectos personales de la investigación y anécdotas del proceso de recopilación.
Además, emisoras universitarias como Uniminuto Radio, UD Radio y Radio UNAL han dado espacio para debatir el contenido del libro y su importancia para comprender el tejido social de la ciudad. Allí, se ha resaltado el valor del archivo sonoro y la importancia de pensar la historia del rock no como un fenómeno aislado, sino como parte integral del desarrollo cultural de Bogotá.
Un libro, muchas voces
Bogotá: volumen y distorsión no es un libro más sobre música. Es una obra de memoria, una reconstrucción colectiva y una declaración de amor al ruido que ha marcado a generaciones enteras. En palabras de Diego González: “Aquí no solo hay biografías de bandas, sino historias humanas; historias de cómo una ciudad también se puede contar desde sus amplificadores”.
Este libro, como bien lo señaló Caracol Radio, representa un esfuerzo por visibilizar la diversidad, la resistencia y la evolución de una escena que ha sabido adaptarse, mutar y mantenerse viva frente a los cambios del mercado, la censura, la represión y el olvido.
Bogotá suena, y sigue sonando
El trabajo de González abre la puerta para futuras investigaciones, para documentales, para más libros y, sobre todo, para la revalorización de una parte del patrimonio sonoro de la ciudad. Porque Bogotá no solo se ha construido con ladrillos, protestas y reformas: también con distorsión, con poesía gritada, con bajos que retumban desde los garajes, con pogos y flyers fotocopiados, con gente que no se rinde.
Bogotá: volumen y distorsión es un grito que permanece. Y tú, ¿ya lo escuchaste?
